Otra vez, cuando los mellizos Heracles e Ificles, en edad sin destetar, descansan sobre una piel de cordero encima del escudo de bronce que Anfitrión toma de Pterelao, Hera (1) manda dos serpientes de escamas azules, veneno goteando y llamas en los ojos que se abren paso por el umbral y los pisos de la casa de Anfitrión.
Ante la amenaza, Zeus ilumina el cuarto, lo que despierta a Ificles, quien ve a las serpientes, grita y rueda sobre el escudo. Cuando la bulla alerta a Anfitrión y sus hombres, quienes llegan presurosos al cuarto, encuentran a Heracles con una serpiente en cada mano (2), quien salta de alegria por haberlas matado.
Al día siguiente, por consejo de Tiresias, queman a las serpientes en una fogota de aulaga, abrojos y zarzas, cuyas cenizas posan en la roca donde se posó la Esfinge; purifican el templo con azufre y acebuche (3) y sacrifican un jabalí en el altar de Zeus. Hercule enfant etouffant deux serpentes dans son berceau de
Hugues Taraval
[itd. Musée de France]
Heracles de Agostino Veneziano
[itd. British Museum]
Infant Hercules Strangling the Serpents de Joshua Reynolds
[itd. State Hermitage Museum]
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(1) Otra versión dice que no es Hera, sino Anfitrión quien envía a las serpientes: quiere averiguar cuál es su hijo.
(2) Antes de matarlas, dicen, se aplica una limpieza de orejas con las bípedas lenguas de las serpientes. Luego, por eso, podrá entender el lenguaje de los buitres, aves muy nobles para él.
(3) El acebuche en Grecia y el abedul en Italia eran el árbol del Año Nuevo, símbolo de comienzo, y que se usa como escoba para expulsar los malos espíritus. Abedul siete veces es el primer mensaje
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